Papa
siempre decía que no nos dejaría nada una vez hubiese muerto. Nos
repetía hasta la saciedad que no éramos dignos de heredar sus
posesiones y que por mucho que nos esforzásemos a partir de ese
mismo momento, nada conseguiríamos de él. Nos hablaba de lo mucho
que había tenido que trabajar para amansar tanto, de lo mucho que
había tenido que sacrificar para llegar dónde ahora estaba y de las
infinidades de cosas que había tenido que hacer para llegar a ser el
hombre que era. Nos hablaba jactanciosamente mientras afirmaba que en
la tierra había muy pocos hombres cómo él. También nos hablaba de
nuestra madre cómo si fuese un objeto sobre el que tenía derecho de
propiedad y nos recordaba que el mejor día de su vida había sido
cuando ella había fallecido. Nos recriminaba el hecho de haberse
gastado tanto dinero en nuestra educación y nos advertía que todo
ese dinero debía ser devuelto por nosotros. Nos hablaba cómo si
nuestras vidas no nos perteneciesen y cómo si cada acto en nuestras
existencias se la debiésemos a él. Nos aclaraba que él era un
hombre hecho a sí mismo y que por mucho que lo intentásemos,
ninguno de nosotros llegaría a ser cómo él. Nos insultaba
continuamente y nos despreciaba sin importarle que hubiese alguien a
nuestro lado. No nos respetaba y no lo hacía, según decía, por el
simple hecho que nosotros no estábamos hechos de su misma pasta.
Hacía todo lo posible para mantenernos alejado de su persona y nos
miraba con resentimiento y desprecio por ser hijos de nuestra madre,
por ser la continuidad física de los rasgos físicos y de
personalidad de nuestra progenitora. Nos repetía que el dinero era
mejor que nosotros, que por lo menos el dinero le regalaba buenos
momentos mientras que nosotros sólo éramos una parte de su vida de
la que se arrepentía. Ninguno de nosotros tuvo nunca una palabra de
halago o ánimo muy al contrario, papa nunca perdía la oportunidad
de menospreciarnos y decirnos lo inútiles y desastrosos que éramos
y lo poco que seriamos en la vida.
La
verdad es que a nosotros nos entraba la risa cuando él nos hablaba.
Papa era un pobre hombre y le escuchábamos por respeto y porque se
lo prometimos a mama.
Por
cierto, papa nunca tenía dinero porque se lo gastaba en beber y
beber así que todas sus diatribas eran producidas por su estado de
embriaguez y nunca le hacíamos caso.
Simplemente
papa era un pobre y enano bastardo como nos gustaba decir a nosotros.
Qué paciencia¡
ResponderEliminarYo, le habría atizado un garrotazo al momento
Vamos¡ pero al final lo pasabais bien.
Bss
Mucha paciencia y grandes dosis de sordera temporal jajajaja
EliminarGracias por pasarte Mar
Besos de agua fresca