Súkubo
e Ínkubo son dos demonios y como bien dicen las leyendas viven
seduciendo a hombres y mujeres. Poseen el don de la metamorfosis y
ésta, tan ventajoso como es, les proporciona víctimas sin apenas
esforzarse. No suelen quedarse más que media luna en el mismo lugar
y es por ello que conocen de tantos lugares en esta infinita tierra
habitada. Súkubo es alta y sus generosas carnes junto a sus enormes
pechos hacen que sea el doble de grande que Ínkubo. Hombres y
mujeres admiran sus pechos por igual y Súkubo siente la envidia en
los ojos de ellas y la lujuria y el deseo en los de ellos. Es un
punto a su favor, lo sabe. En todos estos años de convivencia común,
Súkubo e Ínkubo nunca han encontrado una aldea, un pueblo o una
ciudad que los haya rechazado abiertamente, saben que en todas
partes, por muy grande o pequeño que sea el asentamiento, conviven
muchas maneras de hacer, pensar o creer, y en todas ellas hay
fisuras, lugares dónde la delgada linea que separa locura y razón
desaparece en la mente de los pobres infelices que son captados por
ellos. Ínkubo es un maestro en el arte de la dominación y Súkubo
en el de la seducción. Las individuos que buscan estos dos demonios
son mentes que obedecen a sus más básicos instintos, seres sin
esperanza ni perdón que sucumben ante cualquiera simplemente para
olvidar. Súkubo sabe como hacer que un hombre se olvide de su
familia y sabe como acaparar todo el oro, las joyas y todas las
posesiones de ese pobre infeliz por pasar una noche con ella. Los
hombres caen perdidos ante sus encantos, ella juega con ellos y los
humilla simplemente para divertirse y cuando se cansa de alguno de
ellos, lo despacha sin más. Muchos de ellos, atormentados y
arrepentidos se suicidan. La deshonra es demasiado grande para
soportarla. Ínkubo utiliza un método diferente, es más activo a la
hora de tomar la iniciativa y sabe como hacer aflorar los instintos
más lascivos de cada una de sus víctimas. Es un demonio dotado de
un gran y robusto miembro aunque en ello no radica su verdadero
poder. Las mujeres caen perdidas ante la posibilidad de estar junto a
él, yacer y descubrir un mundo de sensaciones desconocidas en su
reducida vida. Ellas, las mujeres, desean más que ellos aunque
esconden este tórrido torrente a ojos de los hombres por las
estrechas normas que siempre encorsetan a los humanos y que juega de
nuevo a favor de estos dos demonios. Ante él ellas pierden su honra
sin pensárselo, muchas dejan a sus novios, pretendientes o maridos
por Ínkubo y muchas más abandonan su futuro por su amor. Sus
víctimas cambian, se vuelven vulnerables y moldeables, seres capaces
de dar vueltas sobre un centro imaginario hasta la eternidad. Cuando
llega el momento Súkubo e Ínkubo se van a otro lugar, a buscar
nuevas víctimas. Cambian de aspecto físico, nuevas caras, nuevas
pieles y nuevas caras aunque siempre Súkubo es el doble de grande
que Ínkubo, es una regla que se mantiene inquebrantable desde el
primer día en esta tierra sin axiomas.
Un
día a dos pasos de un mar interior encuentran una ciudad de
considerables dimensiones, Ínkubo prefiere seguir porque no le gusta
el agua pero Súkubo lo convence para hacer un pequeño alto. Apenas
tres o cuatro días le dice Súkubo mientras ya se dirigen hacía sus
puertas. Su forma alargada siguiendo la costa hace que se divida en
secciones paralelas, esto favorece la formación de guetos y
barriadas. Llegan de noche y Súkubo decide empezar ya aunque Ínkubo
prefiere descansar. Piensa que tiene toda la eternidad por delante y
es por eso que no tiene prisa. Súkubo es insaciable e incansable, no
pierde oportunidad de arrastrar a cualquier hombre a sus dominios y
así devorarlo por dentro y luego, más tarde y más lentamente, por
fuera.
Pasan
tres días y al amanecer del cuarto Ínkubo espera en el lugar
acordado. No hay rastro de Súkubo al final del mismo. No hay rastro
de ella al amanecer ni en el ocaso del siguiente. Ínkubo espera dos
días más y finalmente decide marcharse. Decide dejar a Súkubo
aunque en verdad no la abandona. Ínkubo sabe que en su arte, dónde
él se siente maestro dominador, existe una parte de seducción que
emana directamente de Súkubo, de su poder demoníaco y esto siempre
vivirá en él.
Los
caminos pueden durar siglos y desaparecer en un segundo.
Los
encuentros suceden en un instante y duran por siempre.
Antes
de marcharse Ínkubo se lame su gran y robusto miembro hasta que
derrama su abundante y viscosa esencia sobre él.
La imagen del deseo más primitivo siempre dibujada en la piel de diablos ¿porqué? Un texto en el que se plasma a la perfección ese poder.
ResponderEliminarUn saludo y muy buen lugar para regresar.
¿No crees que los demonios de antaño solo eran personas que hacían lo que les venía en gana?
ResponderEliminar... Un Poder que todos poseemos, por cierto...
Besos que vienen van
¿Alguien que vivió en la ciudad al borde del mar pudo hacer que Súkubo olvidase a Ínkubo?
ResponderEliminarLxs hijos del océano siempre son poderosxs.
Saludos.
Súkubo e Ínkubo, hasta dónde yo sé, no pueden olvidar... son Demonios
ResponderEliminarEspero encontrarme con algún Hijo del Océano...
Saludos y Gracis Ishtar por tus palabras