La farmacia del corazón

 
 
Hola buenos días, ¿es aquí la farmacia del corazón?
 
Si señor, ¿que desea?
 
Necesitaría algo para mejorar su funcionamiento.
 
¿Qué es exactamente lo que le pasa?
 
Que amo en demasía.
 
¿Y eso es malo?
 
No es malo pero hace que mi mente se vuelva loca.
 
¿Y eso también es malo?
 
No es malo pero hace que mi cuerpo sienta con la fuerza de mil huracanes.
 
¿Y eso es malo?
 
No es malo pero hace que mi ser se resienta como una bisagra oxidada.
 
Y le repito, ¿es eso malo?
 
No, es que simplemente de tanto sentir a veces me hace sentir poco.
 
Ahora no le acabo de entender.
 
Pues eso me pasa a mí y es por ello que vengo aquí.
 
Pero esto es la farmacia del corazón no su taller.
 
¿Entonces me he equivocado?
 
No soy quién para decirle sí se ha equivocado o no.
 
¿Pero usted no es el que posee remedios para el corazón?
 
Si.
 
¿Y no me puede ayudar?
 
Creo que no.
 
¿Porqué?
 
Por que su corazón no está enfermo simplemente siente.
 
¿Entonces que me aconseja?
 
Déjelo libre, él sabrá sanarse por sentimiento.
 
 
 
 
 
Sin renuncia de este mundo,
quisiera enseñar a mi corazón,
que fluya noche y día,
como el agua clara.
 
(Chiyo-ni)
 
 
 
 
 

Ingenuidad

 
Una cosa que no deja de sorprenderme es mi clara predisposición a la ingenuidad. Soy un ingenuo de pies a la cabeza desde que tengo uso de razón y con el paso de los años está tendencia no disminuye sino más bien se acrecienta. Algunas veces, las más he de confesar, sigo pensando ingenuamente que los sentimientos que guardo en mi corazón son parejos a los de las personas a quién van dirigidos aunque la mayoría de veces no es así y aún así lo sigo pensando y sobretodo sintiendo. Más de una, dos y tres veces me siento absurdo pensando así, mi sentimiento hacía la otra persona ya está resuelto por su parte y yo sigo con la misma ingenuidad de sentimiento que antaño. Hace tiempo, mucho tiempo amé como solo pueden amar los corazones libres, sentí que mi vida era vida y que mi sangre era sangre y aunque suene extraño, hoy sigo sintiendo así. Sé a ciencia cierta que todo aquello se acabó y que no volverá pero yo, ingenuo de mí, sigo amando con el corazón, la sangre y mi ser como sí mi vida dependiera de ello. No puedo y no sé vivir de otra manera, no quiero vivir de otra manera, deseo ser un ingenuo y no lo deseo, quiero arrancar de mí estos sentimientos y no lo quiero hacer, me duelen y a la vez, siendo sincero conmigo mismo, no quiero perderlos. Me hicieron hombre, me resolvieron anciano, me descubrieron alumno y maestro y me atrajeron hacía un Sol que nunca había sido tan brillante ni cálido en toda mi vida. Me golpea una y otra vez la terrible realidad y me siento derrotado y aniquilado aunque esta misma ingenuidad, nacida de mi más profundo ser, me hace darle la vuelta a la situación hasta resolverme como un hombre feliz, un anciano sabio y un alumno y maestro con sed de aprendizaje. Querría expresarme mejor, querría poder escribir estas palabras sueltas sin tener los ojos llenos de lágrimas, me gustaría no tener esta opresión en el pecho que ahora me ahoga y sobretodo, sobretodo, sobretodo me encantaría volver a ver salir ese Sol en mi vida y hacer florecer ese jardín de nuevo que con tanto mimo y esmero cuido y que en sí es un recuerdo del ayer que para mí, es un hoy perpetuo. Últimamente esta ingenuidad que padezco está haciendo estragos en mí aunque como antes he confesado también me ayuda a sobreponerme a esta mala situación que estoy viviendo. Esta ingenuidad me hace crecer pero a pasos tan diminutos que cuando admiro a quienes me rodean me maravilla saber que los demás adelantan sus pasos hacía el futuro como sí fueran auténticos gigantes.
 
Más de una, dos y tres veces me siento absurdo pensando así.
 
Será porque ...
 
… soy un ingenuo.
 
 
 

Página 299

 
Cuando llegó a la playa lo primero que hizo fue recorrerla, quería impregnarse de la sal del mar y del calor del Sol en aquella mañana soleada. Sus pasos de detuvieron en un lugar solitario de la misma. No era que estuviese cansado, no era que estuviese harto de avanzar solitario entre el agua y la arena, se detuvo porque sintió que ya había llegado al lugar ideal. Le recordó vagamente a otro lugar donde ya había estado, un lugar donde los sentimientos antaño fueron sinceros y la felicidad brotó como lo hace el agua desde un manantial, pura y limpia. No tuvo prisas en colocar sus cosas, la toalla, el libro y sobretodo la caja que llevaba consigo. Hizo todo esto con una parsimonia deliberada, del todo ceremonial. Parecía que aquello iba a ser un acto solemne como sí fuese uno de esos actos que marcan la vida y sobretodo, el presente. Antes de nada se desnudó. Una vez desnudo supo que ya había llegado la hora. Se acercó a su toalla y abrió el libro, buscó la página 299, una hoja muy significativa en su pasado reciente y una vez hecho esto sus ojos se posaron sobre la caja. Era de madera, ricamente decorada y con un cierre metálico fácil de abrir. Se arrodilló ante ella y después de unos segundos la abrió. Estaba lleno de papeles, dibujos y diferentes objetos que habían sido guardados allí celosamente en el transcurso de toda una vida, eran retales una vida que se había producido dentro de otra vida, eran retales de un vestido dentro del gran armario que era la vida. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver todo aquello pues recordaba como sí fuera ayer cada una de las pequeñas cosas que aquella caja guardaba. Se había desnudado como símbolo de respeto ante aquellos recuerdos que ahora se hacían tan presente. Una profunda tranquilidad lo inundó en esos momentos, una paz que parecía provenir de aquella caja lo invadía por completo, se entusiasmó y se alegró. Poco a poco fue sacando los objetos de la caja y fue depositándolos en la toalla. No quiso ordenarlos por fecha o por tamaño, eso estaba de más porque sabía que todo lo que sacaba de aquella caja era importante para él. Así estuvo durante horas sin que nadie lo molestase hasta que finalmente todo el rito concluyó. Antes de vestirse se bañó en el agua fría del mar y podemos afirmar que ésta lo recibió como a un amante. Se secó al calor de un Sol que brillaba más que nunca, que calentaba más que ningún otro día en aquella época.
 
Lo que allí pasó, lo que allí se dejó y lo que de allí se llevó es una incógnita para nosotros aunque podemos afirmar que aquel extraño rito fue algo más para este personaje, fue la finalización y a la vez el inicio de una nueva vida dentro de otra vida, fue como cubrirse de un nuevo vestido dentro de aquel armario que era la vida.
 
Cuando regresó de la playa lo primero que hizo fue sonreír.
 
 

Paso frío

 
La noche es fría, una de esas noches dónde solo los inconscientes salen y se adentran en una oscuridad que hiela. Nuestro personaje, hastiado y cansado por sus múltiples recaídas, decide dar ese paso y sale a una oscura realidad que lo acoge con tanta frialdad que haría estremecer hasta al más insensible de los hombres. Una vez en ella no siente nada más que el peso de sus pensamientos y el crujir de la nieve bajo sus pies. A simple vista parece un hombre derrotado y abatido por las circunstancias que le ha tocado vivir. En esos momentos, mientras camina cabizbajo sus pensamientos se arremolinan sobre las últimas causas de sus desgracias, sobre sus últimas acciones que lo han conducido directamente hacía una posición que en otras personas podría definirse como catastrófica pero que en él, a muy pesar suyo, van siendo habituales. Si lo observásemos desde un distancia prudencial podríamos afirmar que es una persona que no está bien, que es uno de esos individuos, tan corrientes hoy en día, que transitan sin saber adónde van pues su futuro es incierto y oscuro como esta negra y fría noche que lo envuelve. Podríamos afirmar observando su paso y su porte que transporta una pesada carga sobre sus espaldas y que ésta, a cada paso y a cada momento, se hace más y más grande reduciéndolo poco a poco a la más mísera de las expresiones. Sus huellas, surcos en esta nieve que lo cubre todo, no parecen tener sentido y sobretodo no parecen tener causa porque en una noche así, los pasos, las huellas y el camino están de más. Nuestro personaje cuyo nombre desconocemos avanza por entre las calles sin otra compañía que sus pensamientos, es un individuo que ha sufrido en esta vida y que ésta en lugar de resarcirlo lo está mortificando por momentos, parece más bien un personaje de alguna novela del diecinueve que cansado con la realidad en la que está enclaustrado ha decidido salirse de ella, de la realidad y de la novela, y vivir de un modo diferente pero esto no le está saliendo bien. Los antiguos afirmaban que la voluntad y la fuerza la inferían los dioses pero en la época que le ha tocado vivir a nuestro personaje nada de esto tiene sentido, nada de lo que antiguamente aplacaba al hombre en momentos así ahora sirve y sin recursos, fuerza y voluntad nuestro personaje está a merced de un frío que lo acoge en las calles y en su alma. Algunos dirían que hombres así son peligrosos para sus congéneres pues no tienen nada que perder pero nuestro personaje no es así, nada tiene de peligroso para con los demás más bien al contrario, en su situación actual es un hombre vulnerable y fácil de abatir aunque no por ello tiene miedo. Ya no le queda nada que perder ni nada por lo que luchar y es así que paso a paso avanza por unas calles teñidas de blanco y frías como la muerte. De repente se detiene delante de una vieja tapia, está inmóvil y con la mirada puesta en ella como si esperase algo de aquel montón de piedras y cemento, permanece así hasta que las primeras luces le anuncian el nuevo día. Si alguien lo estuviese viendo en esos momentos, inmóvil y con la mirada fija en la tapia hubiese creído que estaba viendo a un loco pero nuestro personaje no estaba loco sino muy cuerdo, excesivamente cuerdo para poder soportar semejantes circunstancias. Nuestro personaje, cuyo nombre no logramos recordar, nos recuerda a tantos y tantos que cada noche deambulan por las calles de nuestra ciudad...
 
… sin otro pasado que sus huellas, sin otro presente que su pesada carga y sin otro futuro que no sea una fría tapia
 
 

Vestido de amor

 
Sus ojos no perdían detalle de los pequeños puntos que tanta atención necesitaban. Sus hábiles manos trabajaban como si estuviesen meciendo a un recién nacido o como sí estuviesen amando a la más bella mujer de este mundo. Sabía que ese trabajo era diferente a cualquier otro, sentía que estaba haciendo algo excepcional y era por ello que le costaba mantener la calma, tan necesaria para poder realizar todo ese trabajo a la perfección. Sus ojos y sus manos se sincronizaban de un modo sorprendente, en su labor había algo de artístico, algo que transcendía lo meramente laboral para adentrarse en ese mundo donde solo unas pocas personas son capaces de reconocer. Su taller estaba bien iluminado porque le gustaba trabajar durante el día, un gran ventanal le proporcionaba toda la luz necesaria para ello. Siempre decía que la luz le inspiraba y le daba fuerzas y voluntad para seguir con su trabajo y que era ella quién mejor juzgaba sus obras. En la luz todas las imperfecciones se hacen relevantes. Aquella obra lo mantenía absorto durante casi todo el día y si no fuese por su bienamada hija Y* muchos días los hubiese acabado sin haber probado bocado. Ella sabía de la importancia del trabajo de su padre, conocía la importancia de las fechas de entrega, sabía cuanto de caprichosos podían ser sus clientes pero nunca antes lo había visto así. Y* comprobaba como este último trabajo requería en su padre un esfuerzo mayor que el realizado hasta ahora en todas sus obras, no acababa de entender que era lo que le hacía tan importante y no entendía quién había podido encargarle semejante proeza. Y*, respetuosa como era, no osaba preguntar y dejaba a su padre trabajar en su taller durante días y días y así su preocupación por su estado de salud iba en aumento. Siempre que tenía un momento lo observaba desde la puerta intentando averiguar porque su padre se empecinaba tanto en aquel trabajo que tanto lo estaba desgastando. Él mientras seguía con su trabajo, sabía que sus manos, sus ojos y en definitiva, todo su cuerpo se resentía del esfuerzo diario que conllevaba aquella labor pero no desistía, no quería dejar la oportunidad de alcanzar aunque solo fuera una vez en la vida la perfección que tanto anhelaba. Sus ojos no perdían detalle de aquellos puntos que se iban juntando e iban formando, poco a poco, una pieza excepcional. La destreza de sus manos resultaba una herramienta fundamental en este caso, él sabía que ellas, al igual que todo su ser, debían dar lo mejor que poseían para llevar a cabo con éxito aquella última obra.
 
Una mañana llamó a su bienamada hija Y* y ésta, tan pronto entró en el taller, se sorprendió al ver a su padre radiante y feliz, hacía mucho tiempo que no lo había visto así y esto la alegró mucho. La hizo sentarse delante de su mesa de trabajo y le enseñó su última creación.
 
¿Dónde está papá? -preguntó Y* totalmente desconcertada y temiendo por momentos que su padre se hubiese vuelto loco definitivamente.
 
Esta aquí, delante de tus propios ojos -respondió el padre tranquilamente.
 
No lo veo papá, dices que está delante de mí pero yo no lo veo.
 
No sufras hija por no verlo aún, te aseguro que algún día lo verás.
 
No te entiendo papá, ¿qué quieres decir con eso de que algún día lo veré?
 
Hija, te he confeccionado un hermoso vestido solo para ti, lo he confeccionado con la tela de mi amor eterno hacía ti, lo he cosido con todos los besos que me has regalado y lo he decorado con todos los abrazos que me has dado en esta feliz vida contigo.
 
Pe... Pero papá, ¿como has podido hacerlo?
 
Por amor hija.
 
¿Y como es que aún no lo puedo ver?
 
Lo verás cuando llegué el momento.
 
¿Y cuando será eso?
 
Cuando aprendas que el amor es lo más importante en esta vida.
 

 

Mi suerte

 
 
Un día entro por mi ventana una bruja. Acudió a mí, según me dijo, porque yo la había convocado. No supe que responder, no supe como tomarme aquella tajante afirmación y al ver mi cara de sorpresa y asombro se puso a reír. Ese fue nuestro primer encuentro aunque vinieron más, muchos más y en todos ellos me encontré indefenso ante lo que ella definía como lecciones de verdadera vida. Me confesó que junto a ella mi vida se convertiría en algo muy diferente a la que había vivido hasta esos momentos, me dijo que ella me haría ser el más grande de todos los granujas que poblaban aquella tierra de lobos y niebla. Yo, como es normal, me opuse inicialmente pues sabía que no era lo que quería pero ella, bruja como era, supo darle la vuelta e iniciarme en el arte de la verdadera vida. Sin saber cómo me vi sumergido al cabo de poco tiempo en sus enseñanzas y como un alumno aplicado fui aprendiendo y desaprendiendo a una velocidad hasta en esos momentos desconocida por mí. Sus lecciones siempre eran extenuantes y caóticas, sus maneras del todo despóticas y su sonrisa siniestra pero aún así yo seguía sus directrices sin poderme resistir. Me tenía entre sus manos y yo, cual títere descabezado, hacía lo que ella me pedía. Hubo momentos en que ella no me solicitaba nada y aún así yo hacía cualquier cosa para complacerla, para verla contenta con mis progresos. Al principio pensé que aquello duraría poco pues ella se cansaría rápidamente de alguien como yo pero no fue así, la niebla y los lobos se sucedían y mis aprendizajes crecían mientras ella crecía a mi alrededor. Sin darme cuenta mi vida quedó reducida a una mísera parte de lo que era antes, mi vida anterior se convirtió en un lejano sueño que solo de vez en cuando acudía a mí como si fuese algo irreal que no me hubiese pertenecido nunca. Recordaba haber tenido amigos y abrazos pero aquello acudía a mi mente como si fuese el relato de alguna obra leída en el pasado. Aquella bruja que un día acudió a mí me salvó y me condenó según sus palabras, aquellas lecciones de verdadera vida estaban haciendo de mí un hombre diferente, un ser capaz de afrontar tanto a los lobos como a la niebla sin importar las consecuencias que conllevaba esto. Me explicó que para ella no era el primer alumno y no sería el último y que solo cuando en mí descubriese ese algo que solo la oscuridad posee me dejaría en paz. Ese día llegó aunque yo no tuve constancia de ello hasta comprobar que después de tres meses, ella no se presentaba a mí como lo había hecho diariamente durante tanto tiempo y este hecho me dio la definitiva respuesta que ella ya había partido. Me preguntaba sí en esos momentos estaría en brazos de otro incauto o simplemente reflexionando junto a la niebla y los lobos, nunca lo supe, lo que sí pude afirmar es que...









Descanse en paz la cocaína

 
Aquella chica me miraba con sus pupilas dilatadas debido a la cocaína y parecía no entender nada. Su voluntad estaba a años luz de allí y aunque me esforzaba por hacerle ver que había que contrarrestar aquella adición con otra y que ésta última fuese totalmente saludable para ella y para los que la rodean, ella parecía no entender. Me invitó a un cigarrillo y yo voluble como soy, acepté. Hacía diez años que había dejado de fumar pero no me pude resistir, deseaba empatizar con ella aunque ella misma estuviese puesta hasta las cejas. Yo sabía que era estar puesto y no solo de cocaína y sabía los riesgos que se corren cuando eres esclavo de cualquier sustancia, situación o manía. Había vivido sumido como esclavo durante años y ahora limpio como un niño de ocho años lo veía todo con absoluta calma. Mis reflexiones parecían entretenerla aunque me daba cuenta que no llegaban donde pretendía que llegasen, su mente activada en un porcentaje muy superior al mío no estaba por la labor. No me sentí frustrado ni nada por el estilo, yo sabía como ella se sentía en esos momentos, cosa que ella no podía hacer con mi posición, ella no conocía como se siente alguien que ha pisado el infierno y ha salido de él aunque sea hecho cenizas. La mayor dificultad de un ser humano es construirse de nuevo después de haberse pasado tiempo destruyéndose, después de haber acabado con él una y otra vez a sabiendas que estaba mal hecho, a sabiendas que no le beneficiaba y que eso mismo destruía su entorno a la misma velocidad que él se destruía. El problema de las adicciones no son las sustancias en sí, me explicó un yonqui hacía muchos años, sino el problema a solucionar es que la persona deja de ser persona debido a la necesidad que tiene de ella, su propia personalidad pasa a un segundo término y esto inevitablemente la destruye. A la pregunta de porque sí sabía el problema no ponía solución, el yonqui muy tranquilo me respondió, porque para muchos de nosotros ya es demasiado tarde, la comprensión ha llegado tarde y ya nada se puede hacer. Ese recuerdo me vino mientras estaba con aquella chica de pupilas dilatadas pero no le dije nada de aquello, sabía que estaba de más hablarle de otras personas, de otras situaciones o de otras manías porque lo que verdaderamente interesaba era ella, solamente ella. Me confesó que la había ayudado mucho y me dio dos besos a modo de despedida cuando nuestros caminos se tuvieron que separar, me confesó acercándose a mi oído que no me olvidaría y que muy pronto tendría noticias suyas pero que esta vez la encontraría diferente, que la próxima vez que nos viéramos me sorprendería, comprobaría por mí mismo que ella era una mujer muy diferente, una mujer que me agradaría. Sonreí y la abracé, le respondí que estaba ansioso por ver ese cambio y que si me necesitaba ya sabía donde encontrarme, tomo nota me respondió justo antes que un facultativo la llamase para hacerle un reconocimiento.
 
Han pasado miles de amaneceres desde aquel encuentro y nunca más la he vuelto a ver aunque de vez en cuando pienso en ella, a veces me parece verla por aquí o por allá pero nunca es ella. Espero de todo corazón que aquella pupilas dilatadas por la cocaína se hayan repuesto y ahora solo se dilaten debido a la luz cegadora del Sol, debido a la alegría del amor o debido al abrazo de un niño.
 
 
 

Bien podría ser

 
Hace muchos años en una tierra lejana y ahora extinta, había una fragua que creaba caminos y destinos para todo aquel que lo necesitaba. Su nombre era un secreto aunque todos conocían a su maestro forjador, Delepho, el viejo arcano que hacía que esto fuera posible. Delepho, como todos los arcanos de aquella época, era bajito y caminaba siempre encorvado como sí todo el peso del mundo recayese en sus pequeñas espaldas. Sus ojos vivaces y claros hablaban por sí solos y sus manos poseían la suavidad del recién nacido a pesar de haber vivido más de setecientos años. Era de carácter afable y bondadoso y nunca se le había escuchado un reproche o un mal gesto hacía nadie, su vida era como la vida de un personaje de cuento, como si el futuro para él no tuviese ningún secreto. Muchos creían que era hijo de la Tierra y el Sol mientras que otros afirmaban que sus padres eran los auténticos Dioses que reinaban sobre los vivos en la Tierra. Nadie sabía a ciencia cierta como había nacido y si alguna vez moriría y cuando alguien le preguntaba, él simplemente sonreía y respondía con afables evasivas. No le gustaba hablar de sí mismo como no le gustaba hablar de los malos tiempos pues él era un creador de caminos y destinos y para quién no lo sepa aún, los viejos arcanos como Delepho no viven de pasados ni de recuerdos, simplemente respiran y esperan, esperan y respiran. Cabe decir que en la época que nos ocupa su trabajo se había multiplicado por cien mil ya que los hombres vivían en una insatisfacción permanente y nada de lo que recibían les parecía bien. Hacía centenares de años que Delepho había impuesto una norma que no se saltaba jamás, una persona solo podía acceder a él dos veces en vida, solo le podría ofrecer dos destinos o caminos diferentes al que por vida le había sido asignado. Hubo gente que no lo entendió y profirió sobre él los más graves insultos y amenazas pero el viejo arcano sabía que esto no era suficiente para hacerle cambiar de opinión. Delepho sabía que por mucho que algunos se quejasen amargamente de su suerte él no iba a cambiar su norma. La fragua actuaba de acuerdo a los designios del peticionario y él simplemente cumplía con su cometido, el fuego hacía el resto. Nada se sabía del proceso en sí y aunque muchos intentaron averiguarlo nadie consiguió saber ni el más mínimo detalle. Delepho era un ser inteligente y sabía perfectamente que el poder de la fragua no debía ser conocido por nadie más que por él. Hacía centenares de años que esperaba al que lo tendría que sustituir pero éste nunca llegaba, esto no desanimaba a Delepho porque bien sabía que su maestro había tardado mil años en encontrar a alguien para traspasar el conocimiento y el poder de la fragua. A veces se sentía muy viejo mientras que otras veces era como un joven aprendiz enfrascado en un mundo nuevo lleno de oportunidades y secretos a descubrir. Las personas que acudían a él solían ser en su mayoría individuos a los que la vida no los había tratado bien aunque había unos pocos que simplemente venían, a pesar de poseer todo lo necesario para ser felices, por el simple hecho de cambiar. Delepho conocía bien el espíritu humano y sabía con certeza de su inconformismo vital. Nadie estaba de acuerdo con lo que tenía y siempre anhelaba algo más, unos deseaban más poder, otros más riqueza, otros más tiempo de vida y finalmente otros, los menos, deseaban todo lo anterior a la vez. Él por su parte vivía de un modo austero y sin ningún tipo de lujo, era de la creencia que cuando menos se tiene más se posee. Cabría decir que solo había una cosa que le encantaba tener a todas horas pero que no siempre se cumplía y esto era a sus amados ruiseñores. Le maravillaba su canto y su vuelo, su forma y su plumaje y en ellos encontraba la única cosa que deseaba aunque nunca pensó en enjaularlos ni tan siquiera para satisfacer lo que tanto anhelaba. Ellos entraban y salían de su casa como huéspedes que vienen de visita y tan pronto te acostumbras a ellos ya se tienen que ir. Se sentía un poco cansado con su trabajo las temporadas que ninguno de ellos le hacía una visita pero se reconfortaba con la idea que tarde o temprano volverían a visitarlo y que con ellos sus ganas y su alegría crecerían de nuevo. Delepho no sabía de dónde provenía este amor por los ruiseñores pero la verdad es que desde que tenía recuerdos éstos siempre habían sido su más preciado deseo. El suyo no era un deseo comparable con los deseos de las personas que lo visitaban, el suyo era un deseo excelso que respetaba la verdadera libertad del otro, la verdadera esencia del ruiseñor y que no interfería en su vida ni en sus actos. A veces se preguntaba si no podría transformarse en ruiseñor y volar a cielo abierto como hacían ellos, si aquel nuevo destino no le depararía más alegrías que su vida actual pero en el fondo de su corazón sabía que no sería así, su sitio estaba en aquella fragua de caminos y destinos, su lugar en este mundo arcano residía cerca de aquel fuego que era capaz de transformar una vida, cien vidas, mil vidas y cómo no, millones de vidas. Él era Delepho, el viejo arcano, y eso le hacía feliz. Su carácter bondadoso y afable lo hacían único en un mudo dónde los deseos podían más que la voluntad, en un mundo dónde la injusticia y los atropellos estaban a la orden del día, en un mundo dónde, y eso era lo más terrible de todo, nadie se estremecía ni hacía nada por el llanto de los infantes. Era un mundo duro, él bien lo sabía, pues llevaba centenares de años en una tierra cuya historia no cambiaba a pesar de su existencia. Recordaba que cuando se hizo poseedor del poder de la fragua de caminos y destinos pensaba que podría cambiar el mundo cambiando las personas pero poco después comprobó que esto no sería posible, pocos muy pocos había acudido a él en busca de un cambio en beneficio de la mayoría muy al contrario, la mayoría acudía a él en busca de un beneficio propio, de su propia leyenda personal sin importar lo que acuciaba a sus congéneres. No sentía pena ni rabia, no sentía dolor ni amargura ante este hecho porque simplemente conocía la naturaleza humana y sabía que por mucho que cambiase el mundo, los hombres seguirían siendo iguales aunque pasasen eones y aunque hubiese millones de Delepho. Esta aterradora realidad no mermaba el ánimo del viejo arcano aunque sí que suponía un incremento en su trabajo, las personas que acudían no siempre podían ser atendidas con la brevedad que requerían y muchos de ellos se enfrascaron en luchas por conseguir la mejor posición respecto a él y a su fragua de caminos y destinos pero lo que no sabían éstos es que existía otra norma de obligado cumplimiento, aunque ésta no la hubiese creado Delepho sino su maestro, y era que si alguien entraba en los dominios de la fragua y mataba, agredía o ultrajaba a otro semejante su nuevo destino se vería reducido proporcionalmente al dolor y sufrimiento que había infligido. Hubo muchos que aprendieron esta norma mientras que otros, por soberbia, por orgullo o por cualquier otra razón, creían que estaban exentos de ella y seguían haciendo tropelías en los dominios de la fragua de caminos y destinos. Delepho sabía bien que por mucho que las normas fueran conocidas desde hacía generaciones siempre había un número de personas que se creían que podían no respetarlas, que se pensaban que las normas no estaban hechas para ellos y se equivocaban pues a diferencia del resto de la tierra, en los dominios de la fragua, las normas de los viejos arcanos eran ley. Una ley inquebrantable y poderosa, una ley de obligado cumplimiento para todo ser vivo que se adentraba en esa tierra lejana dónde el viejo arcano era Dios y el fuego de la fragua su auténtico poder.
 
En una tierra lejana vivía Delepho, un viejo y encorvado arcano, creador de caminos y destinos a través del fuego de su fragua. En una tierra lejana vivía un ser bondadoso y afable, amante de los ruiseñores y de su canto. En una tierra lejana vivía alguien que...
 
 
 
 

Ya nunca más volvió a ser el mismo


 
 
Cuando su corazón alzó el vuelo ya nada ni nadie pudo detenerlo. No es más que un corazón decían algunos, no es más que otro loco en busca de su quimera afirmaban otros aunque en realidad era algo más que eso. Era verdad, una verdad desconocida y oculta para los que observaban desde la tierra firme ya que éstos nunca entenderían porque sus pies raíces y sus ojos hojas no les permitían hacerlo. No se puede enseñar lo que ya se sabe como no se puede sentir lo que no se posee, una afirmación que para algunos eran tan solo palabras mientras que para otros, los menos cabe decir, era un himno, un canto de esperanza dónde los haya. Mientras su corazón atravesaba mares y océanos éste se volvía azul, mientras cruzaba valles y praderas se tornaba verde y cuando transgredía lo infinito de las cosas su color desaparecía para envolverse de una luz que no tenía explicación. Su corazón como si fuese una majestuosa ave volaba sobre una tierra llena de hombres animales y desde allí observaba su porvenir. La alegría lo inundaba al comprobar que nada era más cálido que los rayos de un Sol que era madre y padre a la vez, al saber que saberse era solo una pizca del camino que todos deben realizar sin importar las circunstancias. Cuando su corazón alzó el vuelo ya nada ni nadie pudo detenerlo porque él había confiado en él y éste latía en pro de una elevación sin reservas, sin fisuras y sin dolor. Solo cuando sus ojos se posaron en los de una niña pudo entender más de lo que nunca hubiese creído, ella, al igual que todos los niños del mundo, era la autentica heredera de todo y ella, al igual que todos los niños del mundo, le era negada esta verdad. Nada poseía tanto poder como esa mirada, nada hacía que se sintiese más generoso como aquellos ojos que no pedían sino que regalaban sin más. Su corazón, el cielo, el Sol y los ojos de aquella niña hacían de él un antiguo hombre pájaro, un ser totémico que dejaba que el recuerdo de cada una de sus células retornase para cubrir de esencia su ser. Era algo diferente y diferenciado a lo común aunque bien sabía que así comenzaba todo, recordando más que aprendiendo.
 
Cuando su corazón alzó el vuelo...
 
… ya nunca más volvió a ser el mismo.


Palabra de Fito

 
 
 

 
 
 
 
" ... y no volveré a quererte tanto
y no volveré a dejarte de querer"