Las volutas de un humo denso, más denso que la más densa de todas las nieblas, me envuelve y desaparezco ante una visión sin dirección. Las volutas parecen crecer por si mismas, sin ayuda ni dependencia de nadie. El humo, como si fuera un antiguo Dios, transforma una realidad que hasta ese momento parecía ajustada a doctrina. Nada parece aunque todo lo es. La visión, como tantas veces, no sirve de nada, nada puede superar a este Dios antiguo que susurra en una lengua perdida. Niebla, bruma, humo, que más da que mi cabeza quiera darle sentido o explicación, que más da si nada de todo esto es real, lo que supera con creces las expectativas es el estado. La no sustentación, al igual que las volutas, y la deriva. Así cómo los continentes se mueven, así mis pasos inmóviles cercan una sensación, luego dos y más tarde, no hay más tarde. Las volutas del humo denso, cual columnas salomónicas, erizan mi piel al contacto, liberan mi mente y desarrollan habilidades, se asemeja más a recorrer con las yemas de los dedos la palabra Renacimiento y dejarse llevar que a cualquier otra cosa. La densidad no ahoga aunque si impresiona, es mejor cerrar los ojos. Los dedos me queman y de las puntas de los mismos siento como si me crecieran llamas de fuego intenso, mi cuerpo sigue tenso, apenas sudoroso y firme aunque siento que no me va a pasar nada allí. El miedo siempre llama a la puerta, las veces que haga falta. De repente una dulce melodía llega a mis oídos, parece de una tierra lejana, de una historia perdida de un tiempo pasado. Sus acordes, armoniosos hasta el éxtasis, colorean este humo denso que tanto me envuelve y me acaricia. De nuevo, sin moverme avanzo y de nuevo el humo se arremolina en torno a mí. Un viento fuerte desliza sus etéreos dedos sobre mi cuerpo desnudo y yo...
… como si fuera un antiguo Dios, transformo mi realidad que hasta ese momento parecía ajustada a doctrina.