Un conocido mío es un novelista de renombre, de esos que salen en las gacetas literarias y en los diarios. No le gusta presumir de ello aunque tampoco deja de sacar tajada por ello. Si alguien le ofrece algo sin compromiso alguno, él acepta. En su casa nadie cree que sea tan buen escritor, yo tampoco. Su abuela, que conoce a la mía desde que eran chiquillas, siempre dice que lo que escribe no se lo leería ni un pato, si éstos supiesen leer. Dice que es mejor leerse del tirón el prospecto de algún medicamento que una novela suya aunque reconoce que como laxante no hay nada como sus letras. Hay que aclarar que su abuela es una reconocida poeta de este país, con asiento propio en la Academia de Poesía. Sus novelas han sido traducidas a decenas de idiomas y sus conferencias se extienden por todo el mundo y aún así, cuando viene a la ciudad, siempre viene a visitar a mi abuela, analfabeta ella, y se pasan horas charlando y riendo. Son dos abuelas dispares pero muy buenas amigas. Yo de vez en cuando las acompaño, se sientan en plena calle, con su agua fría, sus pistachos amargos y una cajetilla de tabaco rubio. Las dos fuman aún. Llevan setenta años haciéndolo y no lo piensan dejar. Dicen que con lo que les queda de vida sería una pena dejarlo, se han pasado toda la vida enganchadas a un cigarrillo y quieren morir con él entre sus dedos. Yo las escucho y sólo muy de vez en cuando hablo, es interesante para mí escuchar la voz de la experiencia. Sus palabras y gestos están cargados de una especial calidez, de una sensibilidad humana que alcanza el alma y que deja impronta. Es escuchar como habla directamente la Historia. Reconozco que algunos de mis escritos han sido inspirados directamente por las palabras de estas dos abuelas que tan bien se llevan. Siempre los he precedido por un agradecimiento y reconocimiento y eso es algo que el nieto de la abuela ilustrada nunca ha hecho. Por lo que cuenta su abuela, él ha pasado infinidad de tiempo junto a ella aprendiendo a sentir y a canalizar todas estas sensaciones en palabras. Le ha dado miles de consejos, apuntes y recomendaciones que luego, para disgusto de ella, las ha visto transcritas literalmente en sus novelas. Un plagio feo y ajeno a lo que ella pretendía transmitirle. Ella no había sido capaz y él tampoco ha reconocido sus carencias a pesar de ser un novelista conocido en las gacetas literarias. Ella no ha dicho públicamente nada en su contra pero a mi abuela le ha contado la verdad y con ella, yo también me he enterado.
El conocido mío que es novelista sigue recogiendo premio y críticas favorables, sigue creciendo su fama al igual que su bolsillo mientras su abuela, la poderosa pariente de letras ilustradas, sigue viniendo a nuestra ciudad, a nuestro barrio, a nuestras humildes calles en busca de su amiga, la misma amiga desde que eran chiquillas.