Adolece de sensibilidad




Un viajero concurre a una grupa, la del camello claro está, junto a otros viajeros. Son expedicionarios baladíes en busca de una oportunidad, en busca de una excusa y una grupa. Son cinco, el más joven es el más resuelto y piensa ingenuamente que aquello cambiará su suerte, los otros lo dejan hacer. Saben que en esta vida nadie te da una grupa por nada, ni tan sólo por concurrir. Para el mayor de los viajeros aquella es su cincuentena concurrencia, un motivo de lástima más que de halago, lo sabe bien. Es funesto hasta la saciedad y a diferencia de los otros, siempre viste de azul. Los otros cinco son viajeros sin rumbo ni navío. Entre ellos, nuestro viajero que concurre en busca de su cuarta grupa. Es el más alto, el más apuesto y el que tiene las botas más gastadas aunque también es el único que lleva patillas. Grandes patillas de un color anaranjado del todo sospechoso. Hay uno que se viste al revés, primero se pone su ropa de expedicionario y encima su ropa interior, ya lo conocen y a nadie le sorprende verlo así. Hay otro que apuesta siempre a que él no va a ganar, confiesa que saca más apostando en su contra que a favor. El último de los cinco que ha concurrido ha sido el menos curioso, no viste diferente, no habla diferente y no cuchichea como otros, por ejemplo el viejo. Parece el menos triste aunque tampoco nos ha dejado grandes pistas, lo que sí destaca de él es su gran lunar que le cubre gran parte de su cabeza calva. Un color extraño se desprende del lunar a ciertas horas del día pero no es más extravagante que cualquier otro que en busca de una grupa, se apea aquí.

Es un sitio agradable y nada propicio para que algo salga mal pero para estos baladíes expedicionarios nada es seguro. Cualquiera de ellos puede ganar y cualquiera de ellos puede perder aunque una cosa es segura, han concurrido. Se han apeado hoy aquí en busca de una grupa, la del camello claro está, y por otra razón. Algunos de ellos la intuyen, como por ejemplo el de las patillas y el del lunar enorme, pero ninguno de ellos la sabe con certeza. Las conclusiones obvias sobre su búsqueda las apartamos por el momento por sobradamente conocidas, ahondaremos en ese sustrato yacente del que emana los instintos básicos del viajero. Aquí la grupa es una metáfora al sentido de su vida, cada uno de ellos aún no se reconoce en ella a pesar de haber viajado centenares de amaneceres hasta llegar aquí. Este acto de reconocimiento por su parte es como la peregrinación del creyente a un lugar santo en busca de una salvación que no sabe que lleva consigo. Una huella en el camino, que ya ha sido dada y que por mucho que sorprenda, ya es conocida. El viajero, con o sin grupa, posee una suerte que difiere a los demás mortales, su poco arraigo hacía la verdad absoluta. El viajero vive ante la incertidumbre de saber si ganará o no la grupa, del camello claro está, o si por el contrario regresará dónde nunca estuvo. Es una visión que adolece de sensibilidad.

Al final la concurrencia se queda sin nada, la grupa ha desaparecido, y por consiguiente el camello, así que los cinco viajeros, el joven, el viejo, el de las patillas, el que juega en su contra y el del gran lunar en su cabeza calva se marchan, no por dónde vinieron sino por dónde deberían haber llegado.

Una apuesta arriesgada pero bien vale una grupa, de camello claro está, si lo que uno pretende es tan sólo concurrir.