Tengo un amigo que aparte de serlo es tocayo mío. Es un tipo especial en sus formas aunque muy cercano en sus actos. Es una de esas personas que cuando te miran fijamente a los ojos parece que te atraviesen, que seas totalmente transparente para él y que puedan leerte cómo un libro abierto. Me encanta mi tocayo. No diría que tiene magnetismo pero si cierta facilidad por entender a su o sus interlocutores en muchos temas de conversación. Es un tipo culto y curtido cómo le gusta decir. No es vanidoso, es simplemente inteligente pero volvamos a mi amigo porque quiero contar que no somos tocayos por una cuestión de azar o casualidad cómo podría entenderse a primera vista, somos tocayos porque teníamos que ser tocayos. Me explico. Después de forjar nuestra amistad a través de los años y las vivencias, David y yo llegamos a tenernos tanta confianza que nos explicamos el uno al otro el secreto mejor guardado que poseíamos. Era una noche que habíamos vuelto de juerga y llevábamos unas copas de más y no podíamos irnos a dormir así que acabamos charlando. Para sorpresa de los dos resulto ser que los dos poseíamos el mismo secreto familiar que tan diferentes no hacía a los demás. Recodamos entre risas cómo lo explicábamos a nuestras primeras novias para hacernos los interesantes. No nos lo podíamos creer, había algo que nos unía y estaba aflorando en aquella conversación que aparentemente tenia que ser tan poco transcendental. Estuvimos hablando de nuestras familias hasta bien entrada la mañana y ninguno de nosotros salía de su asombro. Lo que escuchábamos el uno del otro nos parecía increíble mientras no paraban de sucederse las coincidencias entre nosotros. Su árbol genealógico y él mío parecían estar enlazados pero no mezclados. Había una coincidencia que sobresalía de las demás, tanto a David cómo a mí nos sucedía lo mismo cada tres generaciones de hijos varones, todos éstos hasta la fecha se habían llamado David. No sabíamos cómo era posible pero cada uno estaba seguro de los datos que aportaba y éstos nos llevaban directamente hacía nosotros mismos. Él y yo éramos tocayos porque éramos la tercera generación de varones en nuestro propio árbol genealógico. Pasamos del asombro a la alegría y a una extraña sensación de unión entre los dos que hizo que a la hora de comer estuviésemos charlando animadamente sobre este hecho tan remarcable y secreto en nuestras vidas y sobre la posibilidad si nuestros bisabuelos u otro parientes se habían conocido en el transcurso de sus ancestras vidas. Seguimos juntos hasta bien entrada la noche dónde el sueño de esos últimos días reclamó nuestro cuerpo cómo su territorio y nada pudimos hacer para ofrecer resistencia y finalmente nos durmimos. Es por este secreto que nos une y por mucho más que puedo decir que tengo un amigo que aparte de serlo es tocayo mío.
“ Es apasionante saber que hay cosas en la vida que no las eliges tú, ellas te eligen a ti ”.
(David)
(David)
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