Aquella figura me intrigaba. La veía sentada, con sus manos recostadas sobre las rodillas y su mirada ausente, cada tarde en el mismo banco. Tenía un aire de fragilidad que superaba cualquier cosa que hubiese conocido, me parecía que si alguien se acercaba y la tocaba, ésta iba a derrumbarse y desaparecer ante sus propios ojos. Una fragilidad fuera de toda norma y comprensión. Me intrigaba cada vez más, llevaba un año observándola y no había dejado, en todo este tiempo, de repetir la misma postura, en el mismo banco y con la misma mirada ausente e inconcreta que tanto me hipnotizaba. Vestía de un modo anticuado aunque sus prendas siempre se mantenían impolutas, hiciese calor o frío, hiciese viento o no. Su cabello, blanco cómo la nieve de febrero, resplandecía con los rayos del atardecer incidían directamente en su pelo y le otorgaban una extraña aura de luminiscencia que la envolvía y le confería un aspecto sobrenatural. Aquella figura me intrigaba. Deseaba saber más pero tenía miedo de acercarme y que todo lo que creía de ella se rompiese en mil pedazos. Me intrigaba de un manera inusual, nunca nadie me había hecho cuestionarme tantas cosas en mi vida sin haber participado en ella, sin hacer nada en absoluto y esto era precisamente lo que tanto me intrigaba. Me preguntaba cómo era posible que alguien sin haber hecho nada sobre mí me influenciase de esa manera. Sentía que con sólo mirarla había aprendido y sabía que para mí nada ya era blanco o negro, nada era tan real cómo yo creía pues aquella misteriosa figura sobrepasaba unos límites que nunca tuve definidos. Se quedaba allí sentada e inmóvil hasta el ocaso y después desaparecía. Esto también me intrigaba, me preguntaba si su vida fuera de aquel banco sería igual a la que yo observaba cada día, si su mirada ausente seguiría siendo la misma cuando estuviese en su casa o cuando fuese a comprar esas ropas que tanto la caracterizaba. Toda esta historia me intrigaba y sentía cómo aquella duradera observación me había abierto una profunda brecha sobre mi propia existencia, sobre mi auténtica naturaleza. Las preguntas que me hacía sobre ella se estaban transformando en preguntas sobre mí. Ella me intrigaba y a la vez me intrigaba yo misma después de haber entendido que nada de lo que yo pudiese hacer iba a servir, de igual modo cómo parecía que a ella no le servía quedarse quieta y con la mirada ausente durante cada tarde, en aquel banco, hiciese frío o calor, hiciese viento o no.
Han pasado veinte años desde la última vez que la vi. Ahora soy yo quién tiene el pelo blanco, la que se sienta en el banco con las manos recostadas en las rodillas y la mirada ausente. He entendido finalmente lo que hacía allí y he comprendido el auténtico significado de sus actos.
Ahora soy ella.
Ahora yo soy la figura.