Suena el pasodoble y no sé si es la emoción por oírlo o las altas dosis de alcohol en sangre pero ahora mismo me encuentro brincando muy lejos de mi alma. Todo esto es surrealista, hasta lisérgico podría decir aunque en este caso no me atreveré. Lo dicho, todo muy surrealista, cómo inmerso en algún cuadro cubista del bueno de Dalí y sin voluntad, a lo mucho un brinco entre nubes de mariposas y cielos color turquesa. No sé si es mi estado o el lugar pero el pasodoble se ha difuminado y aunque ahora las ondas vibren a sintetizador, con Stylo se puede ir a todas partes. Con Melancholy se puede rodear un Universo. Me veo abocado sin remedio, con ligera pausa y mucha onda a un estado sin forma ni materia. Los altos niveles de la sustancia que ahora mismo recorre mi sangre y activa mis neuronas me esta provocando más de lo indecible. Parece que escribo pero no estoy seguro, todo aparece en una hiperrealidad sonora que funde los contornos y diluye la base. Es algo ajeno por naturaleza pero sumamente confortable para un viajero sin dinero ni frente. Estos momentos, si son ciertos, son de un simpleza total, no se asemejan a pensamiento ni acción, son más bien el arco que conforma la cúpula de una frontera, tu última frontera. De repente un negro da un grito sonoro y consistente que pone en orden lo que por esencia es caos, extraña manera de salir del turquesa y entrar en el ámbar. Ahora que lo pienso, si pensar es imprescindible, que lejos queda aquel pasodoble que debido a la emoción o a las altas dosis de alcohol en sangre me ha hecho brincar. A cada nota más alto o más bajo según se quiera mirar, a cada compás, una pirueta y así los cielos colores han amanecido. Con Stylo. Y aunque suene extraño, desde este punto la ciudad, ese lugar de personas perseverantes y nada díscolas, se dibuja en un hipotético horizonte. Parece que el camino llega a su final. Me siento más pesado y escucho un trino lejano, de la misma especie que mora cerca de mi morada. Definitivamente estoy volviendo. En mi mente todo converge, ahora la hiperrealidad es máxima. Ya llego. Mis manos recuperan su fuerza y mis ojos vuelven a su estado natural, es el más claro síntoma que mi llegada ya ha sido anunciada en la Terminal 3, viajes no programados. Me enciendo un cigarro. La primera calada me devuelve a una realidad conocida y desconocida por partes iguales y compruebo cómo este cielo de ahora no es turquesa ni ámbar, es amarillo y azul, es calma y paz. Le doy otra calada al cigarro y al momento una voz me dice, bienvenido y gracias por utilizar la Terminal 3, viajes no programados. Al girarme los ojos casi se me caen de sus cuencas, me esta hablando un elefante, una elefante para ser exactos, su blusa, su falda, en definitiva su uniforme, con gorrito incluido, la delatan claramente, es una azafata de vuelo. Gracias, es lo único que consigo responder, chico, se nota que no eres de la ciudad, los de aquí no son tan educados y por supuesto no visten cómo tú. Ante mi silencio la elefante me indica que siga la flecha verde que me llevará a la salida. Gracias, consigo decir de nuevo antes de que ella desaparezca tras entrar en el baño.
Estoy en la cocina, tengo un cigarro a medio consumir, un café aún caliente, un pijama arrugado y una cara de no entender nada que debe ser digna de mención y mofa. Ahora mismo no sé nada de Stylo ni Melancholy y me siento aturdido por la situación vivida, una elefante, no me lo puedo creer. ¿Y dónde esta esa flecha verde?
Miro por la ventana y el cielo es ámbar.
Doy la última calada al cigarro. Y un sorbo al café aún caliente.
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antes de embarcar.
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