Hubo un tiempo...

Hubo un tiempo en que los Dioses eran hombres sin poderes ni cualidades excepcionales. Vagaban libres por la Tierra en busca de las historias de otros hombres, en busca de su tradición oral, la misma que se transmitía de generación en generación y que reunía un conocimiento que nacía en los albores del tiempo. Eran hombres que vivían con poco y que necesitaban menos para vivir y así pasaban los días mientras avanzaban en busca de una nueva tribu que encontrar e intentar que ellos le explicasen su conocimiento guardado en sus historias. Eran hombres que no pertenecían a ninguna tribu pero en todas ellas siempre había alguien que había oído hablar de alguno de ellos. Estos hombres aparecían cuando menos lo esperaban en la tribu. Esto a veces pasaba en medio de una tormenta, otras en un día soleado, nunca se sabía cuando llegarían o cuando partirán, imposible predecir en esta clase de hombres. Lo que seguro nadie sabía era que estos solitarios hombres se reunían cada cierto tiempo en un lugar secreto e inhóspito. Allí se explicaban historias y así se intercambiaban la valiosa información. Ellos memorizaban las historias a través de una técnica milenaria, la repetición mental. Cada vez que aprendían una historia la repetían una y otra vez hasta asegurarse que la sabían tal y cómo se la habían contado. En muchas tribus se creía que ellos no eran del todo humanos, que no eran cómo ellos porque se creía que nadie era capaz de vivir solo y errante en una tierra llena de peligros. En algunas de las tribus creían que eran los auténticos mensajeros de los espíritus y que debían tratarles con suma diligencia porque así conseguirían el favor de los mismos espíritus. Pasaron los decenios y pasaron los siglos y hay que decir que siempre hubo hombres así aunque cada vez quedaban menos. Debido a la expansión de la población humana cada vez era más frecuente encontrarse grupos de personas que no habían oído de la existencia de estos hombres. Siguieron pasando las estaciones y las eternas migraciones animales y el número de estos hombres se redujo drásticamente. Nadie sabía de dónde salían, ni que hacían de todas las historias que recojían y sobretodo, y eso extrañaba a muchos, dónde morían. Su existencia era un misterio y poco a poco quedaban menos hombres y fue entonces cuando apareció un hecho inédito, empezaron a crearse historias respecto a aquellos hombres que ya nadie recordaba. Los pueblos que ya no eran tribus, no recibían sus inesperadas visitas pero extrañamente se seguían explicando historias sobre ellos cómo protagonistas. Cada vez más estos hombres fueron adquiriendo cualidades excepcionales que en verdad nunca poseyeron, en estas historias se contaban que algunos de ellos eran capaces de córrer a la velocidad de la gacela, que algunos de ellos podían volar cómo las aves, que había otros que curaban todas las dolencias y enfermedades y hasta había historias de algunos pocos que fueron capaces de eludir a la muerte. Estas historias medio oídas medio inventadas fueron avanzando en el tiempo y el resultado de todo este proceso fue la total transformación de estos humildes hombres que poco a poco pero inexorablemente se convirtieron en algo más que hombres. Cabe recordar que estos hombres siempre se mantuvieron alejados de todo y de todos con el único objetivo en sus vidas de ir acumulando las historias de los otros hombres en esta vasta tierra. Por último decir que no hay una explicación para esta prolongada transformación total de los hechos pero lo más remarcable de todo esto es que los mismos que en un inicio compartieron su tradición oral con estos solitarios hombres después de miles de años fueron los mismos que los transformaron a través de sus historias en Dioses.



Los Dioses sólo son hombres libres en un lejano ayer.


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