Una mañana cualquiera de primavera
en el lugar dónde vive la casera,
en su hermosa casa de porcelana
pintada toda de dulce grana,
llama a la puerta alguien inesperado
y a todas pintas, desesperado,
me puedes ayudar, estoy cansado
y necesito un rato estar reposado
y ella sin saber aún quien era
lo recibe de buena manera,
éste complacido entra con prudencia
en esta morada llena de inocencia,
le relata su vida completa
a la dama que esta escuchando quieta,
las horas pasan y la compañía perdura
y parece que entre ellos hay coyuntura,
finalmente, se despide el joven viajero
para seguir su camino hacía su paradero,
ella se entristece un poco con la partida
porque estaba la mar de divertida,
pues aquel errante aventurero
se reveló como un orador sensato y certero,
la vida de él le pareció un cuento
un pastel de lo más suculento,
una historia que asomaba a viaje
pero sin atisbo de equipaje
y le despidió deseándole buena suerte
y que en el camino se hiciera fuerte,
lo último que vio de él fue su silueta
diminuta en el horizonte violeta,
cerró la puerta y fue a la cocina
pues de cena tenía carne porcina,
cenó y aquella misma noche de encuentro
vivió su sueño desde dentro,
un sueño bello y reposado
dónde el viento empopado,
la llevaba frágil y ligera
por tierras y mares de bandera,
despertó feliz y descansada
y de sueño ya recuperada,
no supo que decirse y se preguntaba
mirándose al espejo mientras se peinaba,
en que lugares y mares he volado
en este sueño dorado,
que sensación me arrastraba
que por los cielos me transportaba
y sin saber que responder
se prepara para coser,
en una mañana cualquiera de primavera
en el lugar dónde vive la casera.
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