Volvía del trabajo paseando vagamente por las calles mientras se preguntaba cómo era posible que siguiese sin encontrar respuesta a las múltiples preguntas que le asaltaban. Se sentía atrapado en una red de interrogantes que no le dejaba ver más allá y se veía a si mismo cómo uno de aquellos insectos que caen atrapados en una tela de araña y que por mucho que se esfuercen, no consiguen salir. Parecía estar muy sólo, no aislado, sino sólo cómo si fuera un disciplinado agente de la Soledad que hace su trabajo diligentemente. Nada era lo que parecía para él mientras vagaba ausente por esas calles que tantas veces recorría distraído. Sacó las llaves y abrió la puerta de su casa. Sin novedad, todo seguía en el mismo sitio y le extrañó haber pensado que cabía la posibilidad que no fuese así, que un día al abrir la puerta de su casa, ésta estuviese patas arriba, porque esto, estaba seguro, le provocaría un susto de muerte. No sabía la razón del porqué cada día pensaba cosas tan raras. Se dio una ducha y al salir y sin pensárselo se estiró en una tumbona del pequeño jardín que poseía en la parte trasera, era su rincón preferido. Le gustaba descansar tomándose una cerveza bien fría y viendo cómo el día declinaba aunque últimamente no había podido ni había sido capaz de hacerlo. Demasiados recuerdos, demasiadas preguntas abundaban en su mente y sentía que en aquellas difusas circunstancias no podía salir al patio trasero porque era mancillar todo lo que representaba aquel rincón. Sin pensárselo se había tumbado y ahora que estaba sólo y en silencio se daba cuenta de lo que había hecho. Había traspasado una linea que tiempo atrás se había autoimpuesto y que había llegado a ser infranqueable en su interior. Él era una persona que se obcecaba mucho y las cuestiones que se le amontonaban en su cabeza estaban sobredimensionadas por no ser capaz de relajarse y por tomarse las cosas cómo se las tomaba. Desde hacía algún tiempo se autoimponía severos hábitos con la esperanza de mejorar las cosas pero éstas en lugar de arreglarse se estaban deteriorando a un ritmo vertiginoso. Bebió otro sorbo de cerveza y se estiró mirando el cielo que poco a poco se iba oscureciendo y en esos momentos pensó en su vida de los últimos años y se dio cuenta que la había vivido frenética y alocadamente, sin percatarse de las terribles consecuencias de sus actos y sin medir la importancia de sus palabras. Ahora sufría sus efectos. Llevaba tiempo sin saber que le pasaba pero teniendo la certeza que algo no iba bien en su interior. Era cómo si el masivo agujero negro del centro de su universo hubiese empezado a devorar todo lo que le rodeaba. Tenía la sensación que en el centro de su ser existía algo que en vez de crecer estaba aniquilando todo lo que encontraba a su paso. Se sentía perdido, se sentía indefenso ante la posibilidad de desaparecer. No quería perderse cuando aún no se conocía. Se incorporó y se acabó de un trago la cerveza. Se levantó y se fue hacía la cocina, no tenía hambre pero estaba decidido a prepararse algo, quería apartar aquellos pensamientos que se le acumulaban en su mente y que sabía que antes o después serían devorados cómo había pasado con sus recuerdos. Estaba sólo, más sólo de lo que cualquiera puede estar porque su soledad no radicaba en un aspecto circunstancial, su soledad se sustentaba en un interior que cada vez estaba más vacío. Su vida actual transcurría en un intervalo, en el espacio que ocupaba su existencia en su propio olvido. Estaba sólo y se sentía atrapado. De repente todo el cansancio acumulado durante el día hizo acto de presencia y se fue a la cama. Al cerrar los ojos sintió un ligero mareo, su cuerpo se estremeció y una minúscula arcada le sobrevino. Estuvo a punto de levantarse pero esperó. Nada era cómo antes, ahora todo en su vida transcurría en una especie de siniestra calma que lo mantenía en un apagado estado. Dejó de ser sociable para convertirse en un solitario porque al final entendió que en los otros no encontraría lo que en su interior se estaba destruyendo. Nada iba a volver, ni sus recuerdos ni su vida y era esta absoluta certeza lo que tanto daño le hacía. El ser debe cambiar, se decía, pero no desaparecer, se recordaba. Finalmente se durmió aunque no pudo tener un sueño placentero.
¿Cómo es posible vivir en el espacio que ocupa la existencia en tu propio olvido?
Sin miedo.
(David)
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