Me invitan a seguir

 

Ocho de la mañana. Un enorme te quiero me da la bienvenida en la cocina. Ocho y un poco más, me doy una ducha y acude a mí una suave melodía que surge de mis labios. Ocho largas, duchado y relajado me preparó otro café. Casi nueve, me bebo el café en la terraza, el aire frío de la mañana ha desaparecido, ahora el Sol toma su relevo. Nueve y poco, los pájaros vuelan de aquí para allá, seguro que ya llevan horas celebrando la llegada del nuevo día en esta danza invisible que realizan. El balar de unas ovejas me saca de mi ensoñación. El cielo es realmente hermoso hoy. Nueve y veintiocho, la cocina me vuelve a recibir con el enorme te quiero. Sonrío. Antes de las diez y media, la cama esta hecha, la casa barrida y la lavadora ya en marcha. Pongo música. One more time. Once en punto, ultima hora registrada. Me suena el teléfono móvil, tengo tres mensajes no leídos. Este móvil es tan rápido como yo escribiendo. Todos son de ella. Son tres tankas para mí, uno es de Ono no Komachi y dos de Octavio Paz. También me ha dejado un pequeño recordatorio para esta noche, lo ha hecho de un modo dulce, especial como es ella. Vuelvo a sonreír aunque en verdad no he dejado de hacerlo desde que he cruzado el umbral de mi casa. Me siento tan ligero que casi podría volar. Le mando un mensaje con una composición propia, no está a la altura de los tankas pero sé que le gustará. Recibo varios emoticono a modo de respuesta, le ha gustado. Después salgo de casa equipado con una pequeña mochila. Me voy a caminar, por unos segundos dudo y es entonces cuando una ligera brisa decide por mí. El agua y la arena están frías aunque esto ya lo sabía de antemano. El aire es limpio. El alma se ensancha y mientras mi cuerpo avanza algo en mí se diluye, es como si mi cuerpo traspirase humo, un humo ligero, casi imperceptible. Es una sensación que me recorre, que me inunda y que se funde con este Sol que me ciega con mirarlo. Lo que tiene sentido ahora es avanzar, es dejar que el humo haga su camino y yo el mío. Ahora no hay huellas, no hay camino, simplemente existo para avanzar. Un nombre recorre mi mente como un mantra. La serenidad en este mundo me abraza calurosamente. Siento que no siento nada. Es una sensación de conexión. Sonrío. Creo que es mucho más de lo que me merezco. No es justo en muchos sentidos, no es cierto en otros pero es real. Camino y me diluyo a la vez, en un lugar inexacto, en un momento indeterminado. Como si yo también fuera parte de ese humo, de ese casi imperceptible humo que desaparece tras de mí. Entonces el mar lo cambia todo. Nada queda de mis pasos ni de mis huellas, barridas por la fuerza de las olas, no queda más humo diluido en la brisa, ni presente, pasado o futuro para mí. 

Cada día sale el Sol aunque su calor es diferente para todos. 

Llego justo para darme otra ducha ya que no he podido resistirme a la idea de bañarme desnudo en el mar y para ir preparando la comida cuando la puerta de casa se abre. La cocina se ilumina como si millones de estrellas hubiesen aparecido de golpe. Lo que a mí me pasa es especial, lo sé. Una sonrisa y unos brazos abiertos me invitan a un esperado abrazo... 

… me invitan a seguir abrazados a un Sol que sale cada día.