Bajo el manto estrellado de la noche me dispongo a meditar sobre una cuestión. Una pregunta que hace tiempo me ronda la cabeza aunque hasta ahora no he sido capaz de encontrar esa necesaria actitud para enfrentarme a ella. Me he sentado y bajo la fría noche salpicada por infinitos puntos de luz y la luna a medio crecer empiezo a desvelar cual es la contestación a lo que hace tiempo se constata en mí. Creo necesitar una respuesta que me produzca menos frío y algo más de entendimiento. Sigo sentado y envuelto en una enorme manta de colores vivos. Para mí el azul, rojo, verde y amarillo son los mejores colores para dar la bienvenida a una inminente conexión sináptica. La construcción del razonamiento, sea del tipo que sea, requiere alegría, un tipo de alegría que no se construye con sonrisas y palmas sino más bien con una puerta por dónde entra todo lo que se acerca por el camino. Mientras avanzas a veces es bueno pararse, detenerse, hacer un alto en el camino para enfrentarse a esas cuestiones que se arremolinan en tu cabeza y no dejan avanzar más ni retroceder. Son cuestiones que con el tiempo se vuelven fundamentales, ellas quieren simplemente explicarse aunque antes, nosotros mismos, debemos ayudarlas a florecer cómo si fuesen una hermosa azalea, con cuidado y con tiempo. Las estrellas, los infinitos puntos luminosos de antes, son un marco ideal a la hora de despejar la incógnita, la equis matemática y abrirse paso por terra ignota y así dibujar en el mapa que es tu mente, una nueva ruta. Por eso bajo el manto estrellado de la noche me dispongo a meditar sobre una cuestión. Con ganas, con fuerza por este marco ideal, por estos testigos inconmensurables y con la necesidad de darme una respuesta a una pregunta que he tardado mucho en formulármela. Sentado y abrigado por los vivos colores siento cómo las primeras oleadas de pensamiento llegan, son las primeras olas de una marea y constato que la pleamar será alta. El agua empieza a inundarlo todo, mis recovecos se ven anegados por tanta presión, la respuesta ha llegado, parece que todo se ilumina pero yo sólo quiero respirar. De repente, entre las estrellas y yo no hay nada, ni aire, no sé si esto es real o imaginado, lo que si sé es que esto no puede seguir así. Mi corazón se acelera y mi cabeza esta llena a rebosar de una verdad que hasta estos momentos no era capaz de ver. Una luz radiante me inunda hasta el tuétano de mi pensamiento y no me puedo creer que no pudiese verla antes, ¿había sido un ciego o simplemente esto no era posible antes? De repente, sin previo aviso y tan rápidamente cómo antes, las aguas se retiran. Todo el nudo se desanuda sin más ayuda que la total asimilación de una radiante verdad que ha dejado pequeñas a las millones de estrellas que me acompañan esta noche. Vuelvo a respirar y a sentir frío.
La vida no tiene nada de real
es simplemente, recuerdo.
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