Escritor anónimo



El joven escritor hacía todo lo posible para llevar a cabo sus anhelos y su manera de escribir no siempre era la misma. Le gustaba cambiar, componer de un modo diferente la forma y el contenido en busca de nuevas fronteras que hicieran de él un ser más amplio, más profundo y a la vez más cercano. No escribía con la esperanza que lo leyesen pues esa tarea no dependía de él, sabía que los gustos al igual que los colores son libres y sobre ellos no hay modo de influir. Tan sólo escribía porque le gustaba escribir. Se sentía bien si de su mente alocada sacaba cuatro palabras que le llegaban al corazón, ese mismo corazón que no paraba de cabalgar por los más diversos hábitats del sentimiento. Poseía poca cultura literaria en comparación con otros a los que tanto admiraba ya fuesen reconocidos escritores o anónimos cómo él. Su amor a las letras no tenía etiquetas porque en su búsqueda incesante de la belleza, del arte en estado puro las fronteras o las metas no existían. No se desanimaba fácilmente aunque a veces pasaba temporadas en que sus escritos no le servían más que para su necesaria práctica diaria. Leía ávidamente y lo hacía cómo hacen las cosas los niños, con ilusión y sin esperar nada a cambio aunque de ello habría que decir que recibía mucho más de lo que pensaba en un primer momento. Se pasaba semanas absorto en una historia, la componía y la descomponía, la estructuraba y la desestructuraba y así pasaba su tiempo de letras y luces. Había tenido la suerte de conocer a varios escritores y poetas de cierto renombre y en ellos vio lo que tanto anhelaba, un brillo especial en sus ojos que reflejan una virtud fuera del alcance de la mayoría de individuos que merodean por este mundo. Letras que a fuerza de trabajo y una pizca de inspiración surtían efecto en lo más profundo del ser, letras que eran capaces de cambiar y aposentarse en ese sitio dónde todos poseemos pero pocos están dispuestos a admirar. Uno de ellos, un poeta al que especialmente admiraba, le había confesado después de una conferencia que el trabajo de escritor es duro, mucho más duro de lo que la mayoría de gente piensa. Todos creen que escribir es fácil pero no es así. Nadie, a excepción de los propios escritores, reconocidos o anónimos, sabe de la dificultad que entraña transmitir con el único medio que es la palabra. Le confesaba que escribir era cómo crecer, que por muchos años que siguiese haciéndolo, vivir o escribir, nunca se acababa de aprender. Este joven escritor anónimo e ilusionado seguía su camino sin importarle otra cosa que no fueran las letras, las mismas que salían de su interior aún sabiendo que una vez que las dejaba plasmada en papel, ya no eran únicamente suyas. Le gustaba observar cómo unas simples grafías, cómo un código establecido de antemano era capaz de expresar tanto y tan diverso y podía generar tantos sentimientos. Las letras, cómo toda expresión artística están llenas de ricos matices y eran justamente esos matices lo que él buscaba con su práctica diaria. Los hechos que explicaba no eran más que burdas excusas para un fin mayor, la consecución de unas letras que reflejasen fielmente lo que su corazón tan intensamente sentía. Este joven y alocado escritor sabía mejor que nadie que su obra estaba falta de todo aquello que era bello en las letras, que escribía desde unos cuantos miles de peldaños más abajo de lo que se podría considerar cómo lógico y normal pero aún así y junto a sus ansias de querer y su fe ciega en el poder, seguía su labor sin perturbarse por los continuos y desastrosos escritos que emanaban de su pluma. No era una cuestión de hacer era más bien una cuestión de ser. Sus letras, sus manos, su cabeza y su corazón se desarrollaban a medida que el tiempo y la práctica seguía. No era ambicioso respecto a lo que la mayoría ambicionaba, era más bien que en ellas había depositado su vida y su búsqueda. En ellas se reflejaba su ser caótico e irresponsable, su manera díscola y variopinta y su saber superficial e intrascendente.

En ellas se depositaba su ser. Siempre cambiante, siempre diferente...

… este era el escritor anónimo.



 
"Las palabras constituyen la droga más potente
que haya inventado la humanidad."
Rudyard Kipling

"Para mí, el mayor placer de la escritura no es el tema que se

trate, sino la música que hacen las palabras."

Truman Capote



"Somos lo que hacemos repetidamente.

La excelencia, entonces, no es un acto.

Es un hábito."

Aristóteles






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