Una mariposa aparece volando en esta reposada y cálida mañana y se posa sobre mi mano. La contemplo divertido mientras ella, ajena a mi presencia, abre y cierra sus preciosas alas sin separar sus diminutas patas sobre mi piel. Me acerco la mano a la cara para observarla mejor y ésta, en ese momento, alarga su trompa y la recoge, la alarga y la recoge con una majestuosidad del todo natural. No dejo de maravillarme cada vez que me encuentro de cara con la belleza de la naturaleza en estado puro. Un aspecto obvio que me asalta la mente y reconozco que me divierte es que yo estoy admirando esta mariposa y ella no es consciente de ello, la mariposa sigue abriendo y cerrando sus alas lentamente y alargando y recogiendo su larga trompa sin percatarse de mi fascinada presencia, simplemente me divierte. Es muy bonita. Sus alas están salpicadas de colores alegres y su frágil cuerpo esta recubierto de unos pelos diminutos con diferentes tonalidades de gris. Este contraste hace de ella una preciosa y única manifestación de vida. Pienso sobre el camino que recorre una mariposa y concluyo que es realmente asombroso, es una muestra maravillosa que la vida es mucho más de lo que pensamos la mayoría de nosotros. Su transformación en si es una clase magistral de cómo las circunstancias hacen que un ser, la vida debería afirmar, busca una y otra vez las más sorprendentes maneras de seguir adelante. Transformación cómo resultado de la necesidad de sobrevivir. Una genialidad de la evolución que en estos momentos esta posada en mi mano, son millones de años de metamorfosis y a pesar de ello y esto no es menos sorprendente, es que siga conservando la fragilidad de lo que circunda lo etéreo. Otra genial resolución a los problemas surgidos por la necesidad de volar en su tercer y último estadio. Me pregunto si los humanos también sufrimos esta transformación a lo largo de nuestra vida. Si tal vez la vida en la tierra sea un estadio más en nuestro camino vital. De repente me viene a la cabeza las palabras de mi abuela sobre las mariposas. Ella me contaba que las mariposas eran seres mágicos cómo también lo eran las hormigas pero que las mariposas poseían una cualidad que no poseían las hormigas y era que éstas eran capaces de transmitir cortos mensajes a nuestros antepasados. Me decía que si una mariposa se posaba en mi mano lo que debía hacer era pedirle si quería llevarle un aliento al ser querido que ya no estaba entre nosotros. Yo le interrogaba cómo era posible que esto fuera cierto y ella, entre risas, me confesaba que esto era así desde tiempos inmemoriales porque las mariposas eran seres mágicos. Mi atención vuelve a la mariposa y ella sigue posada encima de mi mano y sigue abriendo y cerrando lentamente las alas aunque ya no mueve su larga trompa. Me acerco aún más a ella y le susurro unas pocas palabras cómo me enseñó hacer mi abuela. La mariposa justo cuando he acabado de hablarle, sale volando y veo cómo va elevándose poco a poco hasta que finalmente la luz cegadora del Sol hace que no pueda seguirla más. De nuevo me miro la mano y siento cómo una fuerte sensación recorre mi cuerpo. Primero siento mucha paz y al momento una ola inmensa de alegría que inunda mi ser. Lo único que consigo hacer es repetir una y otra vez las tres palabras que son capaces de llenar mis ojos de lágrimas mientras mi sonrisa se hace más y más grande y mi alegría más y más sincera...
Te Quiero Abuela, Te Quiero Abuela, Te Quiero Abuela...
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