La leyenda no cuenta



Cuenta la leyenda que en el lejano bosque de Lhas Maoon vivía un ser escurridizo. Un ser que nadie conseguía ver y que deambulaba entre árboles al silencio de sus pasos. Las Danmas Maoon le consentían y celebraban su compañía, siempre discreta, siempre querida. Su sola presencia lo hacía célebre y sus actos eran el pasatiempo preferido de los otros seres que, junto a él, moraban en el bosque. Su nombre, Dindíndalo. Su sangre, enraizada con la savia del bosque, es eterna...

Cuenta la leyenda que la Familia Roddif tuvo que huir de sus tierras y posesiones tras una revuelta de la nobleza encabezada por su archienemiga Familia Doglio. Tuvieron que escapar y después de mucho andar llegaron a los límites del bosque. El mismo lejano bosque de Lhas Maoon. No osaron entrar, por miedo, por desconfianza, quién sabe. Una mañana, el joven hijo de la familia descansaba en un lago cercano al campamento. El agua fresca era un auténtico espejo natural y Basdo, este era su nombre, no pudo resistirse y vanidoso cómo era, se miró en el agua. Por casualidades del azar, Dindíndalo, había dormido en el límite sur del bosque, justo dónde crecía el lago y justo dónde el joven Basdo y su desterrada familia, habían acampado. Tan pronto se desperezó y posó sus ojos en el joven, se enamoró. Su latido se aceleró ante los pensamientos de deseo y pasión que despertaban en su ser, recordemos, ser escurridizo y eterno. Dindíndalo perdió la cabeza por Basdo. Por amor ciego se entregó a él y renunció a su amado Lhas Maoon. Le ayudó a recuperar sus tierras y expulsar a la Familia Doglio y a sus cómplices. Acrecentó su poder más allá de los límites originales, sofocó rebeliones y mientras, el ávido de poder de Basdo, aprovechó e instauró un nuevo y más férreo régimen. Su ambición estaba sobredimensionada con el poder que confería Dindíndalo entre los humanos. Su fuerza era descomunal y era invencible ante cualquier ataque. Hacía lo que le pedía el ahora Rey Basdo. Su ser, antes tan escurridizo y ahora tan tangible, sólo vivía para y por su amado. Le deseaba y nada más le importaba, Dindíndalo siempre salía de Palacio entristecido por su marcha hacía el campo de batalla mientras que el Rey se sentía satisfecho por su ausencia. Y así se lo hizo saber a la vuelta de una sus contiendas. La bonita historia de amor entre un hombre y un ser del bosque se había terminado, no había vuelta atrás. Apenado volvió a su tierra y a su paso vio la destrucción y el odio que él mismo había generado en este tiempo. No se podía creer todo el daño que sus actos habían inferido y así fue que sus lágrimas le abrigaron día y noche durante muchos días. Su alma se rompió al llegar a su casa. El bosque estaba talado. El Rey lo había perpetrado a sus espaldas. Le dolió pensar en ello. Buscó su lugar preferido en el bosque pero solo encontró un mar de troncos talados y arrancados de raíz. Dónde creyó ser su lugar se acostó y durmió. Dindíndalo durmió durante doscientos años y al despertar, bajo toneladas de tierra que habían formado una hermosa loma de suaves lineas, se encontró en un hermoso bosque de altos y centenarios árboles. Las Danmas Maoon estaban de vuelta y se mostraban felices de encontrarlo. Sus días no habían cambiado y Dindíndalo se conmovió ante sus atenciones. Todo era cómo antes y no osó a preguntar. Así pasaron cien años más y Dindíndalo vivió muchas cosas y junto a las Danmas Maoon y otros seres del bosque, creció y se fortaleció aún más. Siguió creciendo y poco a poco se hizo menos escurridizo y más cauteloso.

Cuenta la leyenda que finalmente sus recuerdos sin tiempo se acabaron fundiendo en las copas de los árboles entre el verde mar y al abrigo cielo.

Dindíndalo sigue en algún lugar que...





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