Imagina

 
Imagina que la vida es como una botella. De un litro más o menos, de cristal transparente y con un cuello largo y definido. Esta botella, nuestra vida acaso, tarda unos meses en fabricarse y cuando sale del horno esta ya formada. Pues bien, la botella representa la vida y el agua la vida misma, sus vivencias, sus emociones, sus sentimientos, en definitiva, todo aquello que hace que nuestra vida se llene. El agua es un perfecto ejemplo, es incolora, inodora e insípida como la base de las vivencias que nos pasan y luego somos nosotros quién le damos el color, el olor y el sabor según reaccionamos ante esas mismas vivencias que a veces marcan de por vida. La vida transcurre gota a gota y al principio cada gota es muy importante. Cada gota marca un momento crucial en la vida de esa botella si lo que pretende es llenarse y desbordarse hasta el fin, cada gota marca la diferencia entre llenarse o no y la victoria de una es la victoria de todas. Una a una caen sobre el fondo de la botella, que como todo el mundo sabe es la parte más ancha, y en pocos años esta ya posee un pequeño mar interior. Ahora las gotas no tienen esa importancia capital de antes aunque no han dejado de ser importantes en la consecución del éxito. Observamos que desde el principio del llenado las gotas han creado todo tipo de perturbaciones en su caída hacía el fondo, poco a poco se han ido creando olas gigantes que azotan ese pequeño ser hasta su propia esencia, es decir, el culo de la botella. Sigue siendo una época dónde cada gota afecta mucho y esto hace que cambie constantemente su superficie y su profundidad. Si observamos atentamente lo podremos comprobar con nuestros propios ojos, un agitado y embravecido mar es lo que somos gran parte de nuestra infancia mientras esa transparente botella se va llenando de agua que es vida. Pasan los años y siguen cayendo gotas y nosotros no perdemos ojo de todo este proceso, nos lo hemos imaginado durante todo este tiempo pero ahora podemos hacer algo más, ahora podemos sentir como el agua de nuestro propio cuerpo reacciona ante esta visión. Nuestra atenta mente no ha perdido ojo y la información ha calado hondo. Es un proceso para el que no hay remedio, simplemente se requiere paciencia, la misma que se espera en el asunto que nos ocupa. Las gotas, una a una, llenan la base y el agua sigue creciendo y observamos a la vez que sentimos algo. Las gotas crean perturbaciones en formas de olas circulares que rebotan una y otra vez en las finas paredes de la botella pero son incapaces de afectar seriamente al agua que ya reside en el fondo. ¿Dónde nos encontraremos? Posiblemente saliendo de la adolescencia, se puede preguntar uno aunque este no es el caso. El agua va llenando la botella y nosotros seguimos observándolo todo pacientemente. No tenemos prisa, nuestra botella es proporcionalmente grande a nuestra realidad, es más extensa que el Espacio y el Tiempo juntos y es así porque en nuestra realidad todo sucede como el agua. Intentar atraparla es inútil porque se escurre irremediablemente, esta agua te refresca y te sacia a partes iguales y sin ella, puedes estar seguro, tu vida peligra pero volvamos a nuestra primera botella. Podemos observar como el agua ya cubre un poco más de la mitad de la botella, es hora de la madurez del ser y ahora más que nunca se puede observar como gran parte del agua allí depositada no se mueve en ningún momento. Las gotas afectan solamente a una pequeña parte de la superficie y apenas levantan pocas olas de relevancia, es como si una ínfima parte siguiese viviendo en el frenético cambio del agua y la otra, la mayor parte, se hubiese quedado quieta. Sigue pasando el tiempo y este estado, ligeramente removido pero no agitado, se prolonga una y otra vez hasta que poco a poco y mientras ya llegamos al cuello de la botella, casi se hace imperceptible. En esos momentos, cuando llegas al cuello de la botella, no se aprecia ningún movimiento porque no hay espacio para que el agua pueda hacer casi nada, ahora el agua cae en cuentagotas y ya no existen las olas, apenas un ligero temblor constante y permanente. Si observamos un poco más el fondo de la botella comprobaremos como el agua sigue estancada, ahora su color ha cambiado y su densidad también, parece pesada como si toda el agua que aguanta le pasase factura. Todo esto me ha hecho pensar en un conocido, un observador de tapias lunares, que un día de picnic me explicaba que para él la vida era como una tapia. Al principio es fácil manejarla, me dijo, entra y sale tantas veces sea necesario, como cuando eres joven, pero con los años, con el calor del Sol y el frío de la noche, las cosas cambian, la tapia cambia y poco a poco se hace menos versátil, menos flexible, cuesta más moverla y finalmente adquiere un color muy diferente al original. Me dijo que era capaz de saber cuantos años tenía una tapia con tan solo verla y con las personas le pasaba lo mismo. Nunca he sabido que quiso decirme con esto aunque he de confesar que sus palabras me han acompañado durante todos estos años hasta ahora, hasta el preciso momento en qué mis palabras se han convertido en agua...
 
… apenas una lágrima en esta botella vida.
 
 
 

4 comentarios:

  1. Es un escrito hermoso... Una reflexión profunda que hace pensar, como todo lo que escribes.

    Me gusta aprender.

    Un beso.

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  2. Gracias por tus palabras Misterio...

    ... A mí también me gusta aprender :)))

    Besos con imaginación

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  3. No podía imaginar hasta que terminé de leer tu texto que me hizo pensar !!
    beso

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  4. Eso es bueno... ¿no?

    Felices días

    Besos Hanna

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