Al leerla sonreí




Al entrar en aquella sala la vi. Era la última persona que me esperaba ver en aquel sitio. Yo había llegado por una equivocación absurda pero no podía entender que hacía ella allí. No me vio al entrar pero yo no dejé de mirarla ni un sólo instante. A pesar del tiempo que había pasado seguía siendo hermosa, parecía que mantenía las misma figura que una vez fue mía y en su mirada, pude observar maravillado, seguía reflejándose la vitalidad que siempre la había caracterizado. Me senté, dos filas más atrás de ella, y una vez sentado seguí mirándola. Era realmente extraño haberme encontrado con ella allí y no en un local de copas, un centro comercial o simplemente en una de las calles de esta ciudad que siempre había sido la suya y mía. Pero estaba aquí. En esa sala dónde yo había llegado por un absurdo mal entendido pero no podía imaginar que había hecho ella para estar allí. No parecía el lugar dónde alguien cómo ella pudiera decir que estaba cómoda aunque en su cara tampoco se reflejaba tensión alguna. La seguí mirando y aunque ella se giró un par de veces no me vio. Pensé en acercarme y saludarla pero finalmente no me atreví. En ella había algo que seguía intimidándome y no me lo permitió cómo no me había permitido llamarla en todo este tiempo. De repente un hombre uniformado apareció en la sala y pronunció su nombre en voz alta. Me sorprendí al comprobar que no usaba su nombre de casada. La vi alejarse y me mantuve callado mientras me preguntaba sí realmente aquella mujer que yo conocía era la misma que años antes había amado hasta morir. Físicamente era la misma, su mirada era la misma, su nombre era el mismo pero alguien cómo ella nunca hubiese visitado una sala cómo aquella. Empecé a dudar mientras tenía la esperanza de volver a verla. Pero no volvió. Poco después pregunté a otro hombre uniformado que había entrado en la sala por ella pero me mandó callar y sentar. Le hice caso. Me quedé pensando hasta que alguien me ordeno ir a una sala anexa. Debía salir por la misma puerta que ella y de nuevo la esperanza aleteo. Pero ella no estaba allí. Después de responder algunas preguntas me dejaron salir y aunque tuve oportunidad, no pregunté por ella. No pude.

Volví a casa, me duché y sólo entonces me encontré mejor. En todo el camino de vuelta me había acompañado un nudo en el estómago que sólo duchándome había desaparecido. Me preparé un café y me lo tomé mientras pensaba en ella.

Al día siguiente me despertó el timbre de la puerta. Alguien llamaba y malhumorado fui abrir. Era un mensajero que venía a entregarme un enorme sobre. Pensé en decirle de todo pero simplemente le firme la hoja y callé. No sabía que era ni quién lo remitía porque el sobre estaba en blanco. Lo abrí y en él sólo encontré una pequeña nota.

Al leerla sonreí.

En ella decía, sigues siendo el mismo idiota de siempre.



5 comentarios:

  1. Un placer leerte, te dejo un fuerte abrazo!

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  2. Aquí un dilema de esta vida, no?

    Saludos.

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  3. Gracias Cristina...

    El placer es mío ante tanta Poesía en mayúsculas...

    Besos desde lo alto de un Alejandrino

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  4. Parece que sí Luna...

    Los dilemas nos acompañan a pesar de no existir...

    curioso ¿no?

    Gracias por pasarte

    Besos directos y sencillos

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  5. Me gusta leerte, eres creativo. Besos

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