Un día de primavera



Parecía un día de temprana primavera pero no lo era. Me senté en la arena, húmeda aún a esas horas y me dejé llevar. El mar estaba en calma y el Sol acababa de salir por el horizonte sin fuerza aún en sus rayos. Rodeado de silencio y ante aquella estampa sentí cómo mi cuerpo se relajaba por momentos. Hacía tanto que no hacía algo así que me resultaba imperdonable no haberlo hecho antes. Mis ojos miraban a un Sol aún anaranjado que aparecía cómo cada día para iluminar la vida de los mortales. Mis manos se posaron en la arena, cómo buscando instintivamente la fuente de toda vida, cómo queriendo amarrarse a lo que era seguro en esta existencia, la tierra que pisamos cómo lo era el cielo que nos cubre. Aquí y allá aún se veían algunas estrellas pero su brillo se iba disipando ante el emergente fulgor del astro rey. Era una playa larga, muy larga, la más extensa que había conocido y en ella no había nadie, excepto yo. Miré nuevamente al mar y éste, ausente ante mi presencia, seguía en su perpetua calma. Lo envidié. Respiré hondo y el aire fresco de la mañana inundo mis pulmones, aire nuevo, aire bueno para abrir algo más que mis alvéolos. Mi pensamiento se relajó aún más y todo lo que hacía un momento me perturbaba estaba desapareciendo poco a poco. Posé mis ojos de nuevo en el mar y en el horizonte y me dejé llevar por aquella calma y aquel silencio que parecían eternos. No existía pasado ni futuro para mí, ahora sólo estaba yo y mi presente, un presente en calma que lo representaba aquella estampa matinal que tanto añoraba. En un momento determinado mis ojos se posaron en la lejanía. Me pareció distinguir una figura, era pequeña pero después de mirar atentamente durante unos segundos comprobé que efectivamente no estaba sólo en la playa. Una silueta estaba recorriendo la orilla, allá en el fondo, en el lugar dónde mis ojos casi no alcanzaban a ver. Me pareció en un primer momento que se acercaba pero finalmente resultó que se alejaba. Tuve una clara sensación. Era ella. Ella había vuelto a la playa que un día nos vio nacer y ahora la estaba recorriendo. Se alejaba de mí. Sus pasos se encaminaban hacía el infinito, hacía un lugar dónde yo, por mucho que me esforzase, no vería. Mi cuerpo se estremeció y un escalofrío me recorrió. Tuve ganas de levantare e ir corriendo hacía ella pero no lo hice. No podía. Sus pasos se alejaban y yo permanecía quieto en una parte remota de una extensa playa. Nuestros pasos que un día estuvieron a punto de caminar juntos ahora de separaban. Ya no había marcha atrás. Ella proseguía su camino y yo permanecía sentado. Dos formas de entender las cosas, dos formas de vivir simplemente fue lo que pensé. Mis ojos se empañaron en lágrimas al instante e hice un esfuerzo para no romper a llorar. No debía estar triste, debía estar contento por ella, por mi y por todo lo que una vez fue y no volvería a ser. Mis ojos se volvieron a posar en el mar. El Sol había avanzado en su elipse diaria y ya podía sentir cómo sus rayos me calentaban el cuerpo. Volvió la calma, volví a mí. Me pregunté si estaba haciendo bien pero no osé a responderme, no podía y no valía la pena después de tanto. Las cosas que pasan en la vida son para disfrutarlas y no para preguntárselas, me dijo alguien una vez y ahora esto tenía mucho sentido para mí. Volví a mirar y la figura estaba a punto de desaparecer. Volví a respirar hondo, esta vez lo hice tres veces, cómo mandan los cánones y me relajé un poco. Ya nada podía hacer. Ahora tan sólo quedaba yo. Yo y mi vida. Mi vida y yo. Mis manos cogieron algo de arena y jugaron con ella, sentí su aspereza y esto me recordó a aquel pensador hindú que decía que la vida era cómo la arena, que cuanto más quieres atraparla más se te escapa. Mis ojos volvieron al mar, el mismo que seguía en calma a pesar de la hora que era. No volví a mirar hacía dónde ella había desaparecido, no quería ver su marcha, no quería verla partir aunque esto era realmente lo que estaba pasando. Ella ya no volvería y yo lo sabía. Yo no volvería y ella lo sabía. Me estiré en la arena y dejé que todo lo que había sido entre nosotros se diluyese.

Nunca nada volvería a ser lo mismo.

Nunca volverían tantas y tantas cosas buenas cómo antaño, lo sabía, lo sentía y así lo estaba viviendo...

… en aquella mañana que tanto se parecía a un día de primavera.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario