Me gusta ser como soy. A veces no ha sido fácil porque si algo no tengo que agradecerle a mis padres es su sobreprotección. Siempre he sido obesa, mi sobrepeso nunca me ha pesado pero a mis padres sí. Piensan que tienen que protegerme de las burlas, los insultos y la falta de educación de los demás pero eso esta de más. Soy obesa pero no por eso me creo diferente a cualquier otra chica de mi edad. Mis kilos son parte de mi y aunque hubo un tiempo, en la adolescencia sobretodo, que quería quitármelos, por suerte, me di cuenta que esto no sería posible. Los demás pueden ver carne y más carne pero yo sé que soy mucho más que eso. Si yo soy carne ellos son huesos, así que estamos en paz.
Durante muchos años mis padres no me dejaron hacer muchas de las cosas que las otras chicas hacían, siempre utilizaban burdas excusas para prohibirme lo que yo quería hacer. Cuando por fin me fui de casa, a la edad de dieciocho años, mi vida cambió radicalmente. Reconozco que muchas veces encontré a faltar su apoyo pero eso mismo me volvió más segura de mi misma. Mi primer novio apareció al cabo de poco de independizarme, no era guapo pero fue la única persona que se interesó por mí, así que le di una oportunidad. Fue un desastre, no sabía hablar de nada más que no fuera el fútbol, las fiestas y sus compañeros de trabajo. Pronto me agotó la paciencia y lo mandé a paseo. Aún recuerdo sus últimas palabras, me dijo que no encontraría a nadie más porque alguien que estaba tan gorda como yo no era atractiva para nadie nunca, a modo de respuesta le cerré la puerta en los morros. Me acuerdo haber llorado como una tonta auqnue se me pasó rápido. Me di cuenta que si quería ser feliz no podía pensar en lo que querían los demás de mí sino simplemente ser yo misma y que con el tiempo y un poco de suerte alguien aparecería. Hasta los treinta tuve varios novios pero ninguno de ellos duró mucho. Todos me decían que en la cama era muy buena, que era una persona maravillosa pero ninguno de ellos me abrazó nunca y me susurró al oído lo única que era. Alguno de ellos hasta se llegaron a avergonzar de mí en alguna ocasión porque mi seguridad era algo de lo que no estaban acostumbrados. De aquellos tiempos recuerdo haber pensado que ellos creían que me hacían un favor por salir con alguien como yo pero pasado el tiempo llegué a la conclusión que eran ellos los afortunados por haber estado con alguien como yo. Yo solo quería que alguien me quisiese por lo que era, que no le diera vergüenza, que no estuviese conmigo por el sexo ni porque no supiese estar solo pero estaba claro que aquello me iba a costar más de lo que pensaba.
Mis padres siempre me hablan de lo importante que es la imagen en los tiempos que corren pero yo no les hago caso ni les escucho la mayoría de veces porque por mucho que hablen, ellos no saben que es vivir siendo obesa. A mí me gusta mi cuerpo, su redondez, su voluptuosidad y en él encuentro un encanto que no comprendo como no anima a más hombres a acercarse a mí. Debo aclarar que en mi vida no he tenido una depresión ni nada que se le asemeje por esta causa, la vida me ha dado muchos golpes pero yo los he sabido encajar y aprender de ellos para hacerme más mujer si cabe. Ahora tengo treinta y cinco años y he conseguido muchas de las cosas que una vez soñé aunque aún no tengo pareja estable. Tonteo con varios hombres pero nada serio, ninguno de ellos ha llegado a susurrarme al oído eso que tanto me gustaría que dijesen, esas pocas palabras que me harían saber que ha llegado el momento en que todo va a ser diferente, que por fin he encontrado a alguien que ve mucho más allá del horizonte, que vuela más alto que las nubes y que brilla más fuerte que el mismo Sol.
El hombre que sea capaz de decirme con sinceridad...
… eres única.